Capítulo 3

Las puertas de hierro negro se alzaban imponentes en la ladera Norte de la montaña. Unas puertas que daban paso de desolación en terreno abierto a desolación entre paredes de piedra, por cuyas rendijas se escapaban bocanadas del intenso calor de su interior. Aquella montaña, además de ser hogar de los enanos Dark Iron, albergaba un amplio catálogo de bestias entre las que se incluian, cómo no, los dragones.

Hacia dichas puertas se dirigía en aquellos momentos un grupo de mercenarios, no muy seguros de lo que estaban haciendo allí. Ninguno hablaba, todos mantenían la vista fija en las planchas de hierro, semiabiertas, que daban paso a una inmensidad de roca y lava en la que empezaban a tener la sospecha de que iban a acabar sus vidas.

Eran siete hombres y una mujer. Al frente del grupo iban dos enanos con la cara plagada de cicatrices, vestidos con armaduras de metal. Tras ellos iban tres hombres, y una elfa con un gnomo sobre su espalda. El más corpulento de los hombres tenía un enorme verdugón en la frente y el gesto torcido en un mohín de disgusto. Los otros dos eran la viva imagen del desamparo y el entusiasmo respectivamente. La elfa estaba sumida en sus propios asuntos, y el gnomo dormía con la cabeza en el hombro de la mujer, ajeno a todo. Cerrando el grupo iba un hombre joven vestido con el atuendo de los Defias, con la cara tan blanca como sus ropas, y caminando como si cada paso le supusiera un esfuerzo más allá de sus capacidades.

Los enanos se pararon bajo el umbral de las puertas. Las bocanadas de aire caliente les hacían llorar los ojos, pero ninguno de los dos siquiera parpadeó. Uno de ellos giró la cabeza hacia el resto, gruñó mientras asentía, y volvió a mirar al frente.

Habían hablado ya antes sobre la estrategia a seguir una vez dentro. Uno de los enanos ya había estado allí, pero aún así hicieron que la elfa, controlando mentalmente a una alimaña, confirmara la ruta. Hubo un momento de desmoralización cuando a la rata la partió en dos el hacha de un orco, pero aún así nadie se había echado atrás. La rapidez era lo más importante, había repetido el enano, y todos habían estado de acuerdo. Cuanto más rápido fueran, más posibilidades tendrían de llegar al nido sin que les sorprendiera ninguna patrulla. La elfa explicó lo mejor que supo el camino que había seguido con la rata hasta donde el orco mató al animal, porque los enanos eran bastante parcos en palabras – de hecho, a uno le habían arrancado la lengua – y no consideraron necesario explicar nada, sino que simplemente les siguieran por el interior de la montaña.

‘Qué listos. Y si a ellos les matan que hacemos nosotros?’ Pensaba la elfa. Pero se guardó mucho de decirlo en voz alta.

El centro de la montaña, desde las faldas hasta Elune sabía qué profundidad, estaba hueco, y un lago de lava reposaba en el fondo. Un gran bloque de piedra estaba suspendido sobre el foso a la altura de sus ojos, y no se sabía si sujetándolo o sujetándose en él, unas cadenas de hierro con eslabones del tamaño de un tauren ascendían desde el bloque hasta clavarse en la pared, por encima de sus cabezas.

El enano de la armadura se acercó a la cadena más cercana y comenzó a ascender por los eslabones. El otro enano no tardó en ir tras él.

- Eso tiene que estar al rojo - comentó el humano entusiasta - y van cubiertos de metal… se van a asar

- Son enanos, Forsvik. Para ellos esto es temperatura otoñal - respondió la elfa, dejando caer al gnomo al suelo.

- Auch! - el gnomo gritó al chocar contra las piedras del suelo - Por qué me has soltado?? - miró a su alrededor - Oh… así que ya hemos llegado. Qué poco hemos tardado, no?

- Espero que no estés resacoso, Gormen - comentó el joven entusiasta.

- Blasfemas! - el gnomo se puso en pie de un salto, tremendamente digno - Gormenghast el Zigzageante desconoce el significado de esa palabra! - y por el volumen al que lo gritó, debía ser cierto.

El hombre más corpulento iba ya por la mitad del ascenso, mientras los enanos avanzaban por un saliente de piedra hacia un balcón que sobresalía de la pared. Gormenghast se encaramó a la cadena casi con alegría, y comenzó a dar saltos ascendiendo por ella. La mujer se acercó al eslabón que quedaba a la altura de su torso, y posó la mano sobre el metal.

- Será mejor no tocarla con las manos – retiró la mano con un gesto de dolor – los guantes no servirán de aislante. Al menos estas monstruosidades son lo suficientemente anchas como para poder caminar sobre ellas... - mientras hablaba, la elfa vio una figura desaparecer en el balcón al que se dirigían los enanos.

- Ónice? - sus dos compañeros humanos notaron cómo se quedaba pasamada con la vista perdida en las alturas, y miraron en la misma dirección, sin ver nada. Volvieron los ojos hacia la mujer – Sucede algo?

- Ahms… - la elfa bajó la cabeza. Se había dejado dominar por el miedo, aquello no había sido más que un reflejo de la lava... Llegó a la conclusión de que el miedo la estaba haciendo ver visiones - Mejor comenzamos a subir - miró al bandido, que se dio por aludido y comenzó a trepar por los eslabones sacudido por los temblores que le provocaba el pánico.

- Tú ahora, Herumir

- Y por qué no subes tú primero?

- Porque yo voy a subir, pero dudo que tú te atrevas si no te obliga alguien.

Herumir soltó una imprecación en voz baja, tragó saliva, se acercó a la cadena, saltó sobre ella y comenzó el ascenso.
La elfa se dispuso a seguirle

- Ey, y qué hay de mi? - el humano entusiasta se sentía ignorado - No quieres que suba yo primero?

- Pero Forsvik, si te mueres de ganas de subir! - la mujer hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa - Si vas detrás harás que nos movamos más deprisa!

La carcajada de Forsvik la relajó lo suficiente como para que se le desentumecieran las piernas. Saltó sobre el eslabón más bajo y comenzó a ascender, felicitándose por haber decidido vestirse con pantalones para la ocasión.

Los enanos estaban ya en la terraza ayudando al primer humano y al gnomo a saltar sobre ella, y el bandido y Herumir avanzaban lentamente por el saliente, pegados a la pared, cuando sucedió.

Un rugido surgió de las mismas entrañas de la montaña, retumbando contra las paredes de la caverna y haciéndolas temblar, y fue ascendiendo en intensidad, ensordeciendo a los intrusos, durante un tiempo mucho mayor de lo que los pulmones de cualquier ser vivo podían aguantar. La elfa perdió el equilibrio y se tuvo que abrazar a la cadena para no caerse. Levantó la vista hacia la terraza y también gritó, si bien ni siquiera ella llegó a oírse, al ver lo que sucedía allí arriba.

En el saliente, el bandido se había soltado de la pared, había llevado sus manos a sus oídos en mitad de un ataque de pánico, y se balanceaba de un lado a otro gesticulando - seguramente gritando - como si se hubiera vuelto loco. En uno de los giros perdió el equilibrio, y se agarró a Herumir para no caer. Este intentó soltarse, pero el bandido estaba demasiado fuera de sí y el saliente era demasiado estrecho, así que terminó perdiendo pie él también, y los dos se precipitaron al vacío.

Mientras el rugido se hacía cada vez más fuerte, Forsvik corría hacia los cuerpos de los dos humanos y la elfa luchaba contra el pánico y el dolor que le producía en los brazos la cadena al rojo vivo, una sombra apareció en el balcón, sorprendiendo a los cuatro hombres que se hallaban en él.

La elfa tardó en darse cuenta de que el rugido había parado. Ya no lo sentía en sus oídos, pero su cabeza seguía dando vueltas. Abajo veía a Forsvik, de rodillas ante una masa informe de huesos y carne. Arriba, sobre el pitido de sus oídos, oyó gritar a Gormenghast.

- … de una puta vez!! ¡¡¿Me estáis oyendo?!!

- ¡¿Qué?! - giró la cabeza y de nuevo estuvo a punto de caerse.

- ¡¡Que subáis ya!!

- ¡Forsvik! ¡Sube! – Gritó la elfa. El humano no reaccionó - ¡¡Forsvik!!

No perdió más tiempo llamándole. Se incorporó sobre el eslabón, y dando traspiés consiguió llegar al final de la cadena y al balcón donde estaban sus compañeros. Allí, en medio de un charco de sangre, había un orco muerto derrumbado sobre el cadáver del tercer humano. Un orco tremendamente grande, que había blandido un hacha de doble filo, abierto en canal por un golpe de la alabarda de uno de los enanos.

- Eran dos - dijo Gormenghast - El otro ha huido, seguramente a dar la alarma. En menos de diez minutos tendremos encima a todos los orcos de Blackrock

- Hay que largarse, rápido! - la elfa se acercó a Gormenghast con la intención de tirar de él hacia la terraza, pero el enano que no blandía la alabarda la echó hacia un lado de un empujón.

- Hay que seguir - fue lo único que dijo.

- Pero ya saben que estamos aquí! - el miedo la hacía gritar - Si no nos vamos rápido acabaremos todos muertos!

- No sin el huevo - Los enanos comenzaron a correr por el pasillo que se hundía en la montaña, seguidos por el ya menos entusiasmado gnomo. Más por el miedo a ser sorprendida sola por los orcos que por otra cosa, la elfa los siguió.

Sorprendentemente, en el camino hasta el nido no se encontraron a nadie. Avanzaron por los corredores todo lo rápido que se lo permitían las piernas, sin cuidarse de esconderse ni de ver si el camino estaba despejado, pero aún así nada interrumpió su carrera.

En el acceso a cierta sala, los enanos se pararon en seco. El gnomo se escurrió entre sus piernas, y la elfa observó el interior por encima de ellos. El suelo de la estancia, que tenía forma de ele, estaba totalmente cubierto por una sustancia blanca y viscosa, y sobre ella, cáscaras rotas y huevos de dragón, del tamaño de un gnomo, palpitantes, con los embriones revolviéndose en su interior.

- Muy bien - el enano de la cota empujó al gnomo hacia dentro, y cogiendo a la elfa del brazo hizo lo mismo con ella - vuestro turno.

- Ha llegado el momento de salvar el día! - sonrió el gnomo, y empezó a deslizarse por la sustancia viscosa, totalmente sigiloso, en dirección a los huevos que se encontraban en la esquina exterior de la ele que formaba la sala.

Mientras, la elfa sacó del saquillo que llevaba a la cadera una especie de bolsa trenzada, y se la colocó a la espalda como una mochila. Se apartó la cola de caballo para que no le molestara, y se concentró en Gormen. Si no se equivocaba - ojalá lo hiciera - algo terriblemente malo iba a ocurrir cuando el gnomo levantara el huevo… y su misión era hacerse cargo de ese algo.

Efectivamente, según Gormenghast lograba despegar uno de los huevos más pequeños de aquella plasta pegajosa, un gruñido les llegó del otro lado de la sala, y el suelo comenzó a temblar con las pisadas de un ser cuadrúpedo aproximándose.

- Gormen, corre! - medio gritó y medio susurró la elfa, gesticulando como una loca. Pero el huevo era casi tan grande como él, y no le dejaba apenas moverse. No habría recorrido ni la mitad de la distancia cuando una cabeza de reptil asomó por la esquina de la sala.

- A un lado, échate a un lado!! - Los enanos se colocaron cada uno en una pared mientras el gnomo intentaba apartarse del centro arrastrando el huevo como buenamente podía, así que la mujer quedó en frente del monstruoso dragonkin: Una especie de lagarto enorme, la mitad superior humanoide cubierta de escamas, con cabeza de dragón, y la mitad inferior de un reptil de cuatro patas, con la enorme cola ondeando tras de sí. Caminaba con pasos lentos pero enormes hacia el gnomo ondeando una monstruosa alabarda.

La mujer levantó las manos mientras recitaba las palabras del hechizo, y de pronto el monstruo comenzó a gritar de dolor, en medio del estallido de luz negra que le rodeó la cabeza por un momento.

Como a cámara lenta, la elfa vio los sanguinolentos ojos del reptil clavarse en los suyos, su enorme cuerpo avanzar hasta quedar a menos de dos metros de ella. La elfa vio como en tercera persona, como si no fuera ella la que estaba viviendo aquello, ni fuera ella la que estuviera mandando a su cuerpo moverse, cómo los dos enanos cargaban contra la bestia justo cuando ésta levantaba su arma, y mientras ella se escurría entre las patas del animal hacia el gnomo, que se apretaba contra la pared detrás de ellos, oyó el sonido de acero contra acero, de alaridos de reptil y de enano. La mujer le cogió el huevo a Gormenghast, se lo colocó en la bolsa de su espalda y, con el gnomo colgando del brazo, salió disparada hacia la puerta.

Algo cálido le salpicó la cara, cegándola en plena carrera, y al detenerse a limpiarse los ojos algo le golpeó el costado, lanzándola contra la pared. Abrió los ojos, y entre la neblina roja de la sangre que goteaba por su cara – que era lo que le había salpicado - vio la cabeza de uno de los enanos rodando frente a ella, con los ojos aún llenos de rabia y la boca abierta en un grito mudo. Fue como si aquella visión la hiciera volver a su cuerpo, porque de repente no pudo mover un solo músculo. Gritó, se aplastó contra la pared y comenzó a llorar, con la vista clavada en los ojos sin vida del enano, que parecían devolverle la mirada enfadados.

Hizo falta que una espada saliera disparada de la escena de la lucha, clavándose en la pared a pocos centímetros de su cabeza, para que reaccionara. Soltó al gnomo, que pataleaba y maldecía bajo su brazo, se incorporó saltando hacia atrás y siguió corriendo hacia la puerta.

Antes de dejar la sala volvió a girarse, y sus ojos dieron de nuevo con los del dragonkin, que estaba vuelto hacia ella, sin verla. Un tajo en la cara le había dejado ciego, y tenía la mano derecha colgando del antebrazo por un hilo de carne, la alabarda del enano aún incrustada en el corte. La bestia dio un paso hacia la elfa, aplastando el cadáver de su otra víctima. La mujer también dio un paso, hacia atrás, y le comenzaron a temblar de nuevo las rodillas. La heridas del reptil no eran graves, y podía dar con ella a través del olfato, amén de alcanzarla si salía huyendo. Si los enanos no habían podido con él, difícilmente iba a poder ella. Había que cortarle el paso.

Con una serenidad tal que ni ella sabía de dónde había salido, levantó las manos hacia el cielo recitando otro hechizo mientras el dragonkin desenfundaba con su mano ilesa el alfanje que llevaba al cinturón y avanzaba entre alaridos hacia ella, guiado por el ruido que hacían sus susurros. Unos segundos antes de que la hoja la partiera en dos, una explosión de llamas surgió de la elfa, prendiendo en la sustancia viscosa del suelo y extendiéndose por la sala como si de petróleo se hubiera tratado, subiendo por las patas del dragonkin y amenazando con engullirlo también a él.

La bestia ni notó el fuego, pero con un alarido de desesperación la emprendió de pronto contra las llamas que consumían sus preciosos huevos, olvidándose de la elfa, que se quedó mirando solo un momento cómo el monstruo intentaba sin éxito apagar las llamas, y salió corriendo como alma que lleva el diablo antes de que al dragonkin le diera tiempo a acordarse de ella.

Mientras huía no se acordó de los orcos que de un momento a otro podían salir a su encuentro, ni se preguntó qué habría sido del gnomo. Toda la templanza que le quedara la había abandonado, y solo podía correr llevada por el pánico, sin darse cuenta siquiera hacia dónde se dirigía. Abriéndose paso entre el pánico, de pronto sintió un peso golpearle en las costillas, y sabor a sangre en la boca. Oyó una voz, quizá de hombre, llamándola. Se dio cuenta de pronto de que tenía los ojos cerrados, los abrió con dificultad, y vio el rostro de un humano joven mirándola preocupado.

- Estás bien?? - preguntó Forsvik. En la histeria de su huída, la elfa había caído al suelo mientras descendía por la cadena. Por fortuna, desde una altura menor que los dos humanos que habían caído antes, porque seguía viva.

Resonó un cuerno de guerra en la caverna, y la mujer recordó a los orcos. Intentó incorporarse, pero tenía el cuerpo demasiado dolorido para caminar.

- Apóyate en mi - Forsvik no sabía qué estaba pasando, pero el ruido del cuerno no le presagiaba nada bueno, y quería salir de allí cuanto antes. La elfa se llevó la mano a la espalda y palpó el huevo de dragón, intacto. Menos mal que había caído de boca, pensó.

Los orcos no les siguieron al exterior de la montaña, si bien es cierto que a la velocidad que salieron de allí podían perfectamente haberles capturado dentro. Más tarde, pensando en ello, la elfa se dio cuenta de que los orcos solo atacarían a lo que consideraran una amenaza, y dos moribundos huyendo casi a rastras de la montaña no debían parecérselo. Pero en el momento de la huída, con el dolor haciéndole palpitar todo su cuerpo, ningún pensamiento racional podía haber asomado a la cabeza de la mujer, por lo que forzaron la marcha lo máximo que pudieron hasta alcanzar la luz del exterior.

Debió perder el sentido bajo las mismas puertas. El humano, en vez de coger el huevo y olvidarse de ella, la había debido llevar cargando hasta Thorium Point, porque cuando despertó, lo primero que vio fueron unos estandartes de la Hermandad Thorium hondear al viento.

El gnomo había huído solo delante de ellos, pero había decidido quedarse un tiempo allí para ver si aparecía alguien más vivo. Cuando la elfa se le aproximó estaba sentado en una estera, junto al huevo de dragón y una botella de vino, mordisqueando un trozo de queso.

- Así que ya repuesta, eh? Qué rapidez! - le dijo, mostrándole una sonrisa plagada de trocitos de queso.

- Los sanadores del campamento son terriblemente buenos – respondió. Bueno, al menos parecían algo mejores que ella.

- Al final lo conseguimos! - le dio un par de palmaditas cariñosas al huevo - Os dije que sin mí no lo lograríais!

- Y tenías razón, como casi siempre, Gormen – la mujer estaba ironizando, pero el gnomo no se dio, o no quiso darse, por aludido.

- Cómo que casi siempre! Yo nunca me equivoco!!

- Ey, ya de pie, menos mal! - Forsvik apareció tras la elfa, y le puso una mano en el brazo, solícito.

- Si, verdad? – pese a sí, la mujer sonrió – Gracias por lo de ahí dentro, por cierto

- Fue un placer, ya sabes. - el humano le dedicó una sonrisa que la hizo ruborizarse.

- Este pequeño nos va a hacer ricos!! - El gnomo no cabía en sí de gozo - Tenéis idea de qué podríamos hacer con tanto dinero?

- No sé en qué, pero tú pulírtelo en menos de diez días.

- Acaso tú no? - Los dos hombres rompieron a reir - Alcohol y bellas mujeres aseguradas para el resto de mis días!

- Yo ya no me tendré que preocupar por el dinero nunca más! Me podré dedicar a recorrer el mundo a mis anchas!

El gnomo levantó una mano, y el humano se la chocó, pletórico. Ambos se volvieron hacia la elfa.


- Tú qué piensas hacer?
- Usarlo para erradicar a las razas menores del planeta - dijo con una sonrisa siniestra. Los hombres soltaron sendas carcajadas al oirla.

- Si no tienes planes, podrías venir conmigo. Hay montones de cosas por ver, y sería muy egoísta por mi parte privarte de verlas - Lo dijo en broma, pero a la elfa no le hizo gracia. Miró a Forsvik. El muchacho debía de tener la misma edad que Damodar cuando le propuso exactamente lo mismo, allá en Darnassus.

"Abandona el templo. El mundo te enseñará muchas más cosas que estas paredes de mármol"
Y vaya si se lo había enseñado.

- No te esfuerces, Fosrvik. Esta chalada va en busca de un novio que la dejó plantada en el altar! Fíjate si está loca, que le va a seguir a las tierras de la Plaga!

A punto estuvo la elfa de patearle la cara al gnomo, pero Forsvik la detuvo agarrándole el brazo con fuerza y mirándola con emoción.

- En serio vas hacia allá? - ella asintió, sorprendida por la reacción del humano - Los No Muertos, la Cruzada Escarlata... y a saber cuántas cosas más! Voy contigo!!

- No sé qué te has tomado Forsvik, pero yo quiero un poco! - el gnomo terminó la frase con una carcajada que contagió al humano. La elfa, que se había quedado seria, terminó sonriendo también.

- Bueno – claudicó incluso antes de oponer resistencia – por qué no? Será más interesante que ir sola.

Sí. Con aquel adolescente entusiasta amigo del peligro tendría poco tiempo para aburrirse.
Y también poco tiempo para pensar en él… y no sabía si eso la alegraba.
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