Capítulo 2

- No estoy interesado en contratarte.
- No lo estás enfocando bien. Tenerme a mi será mejor que no tener a nadie.
- No te necesito.
- Te equivocas. SI me necesitas. No encontrarás nada mejor que yo.
- Una sacerdotisa no me sirve. Déjame en paz de una vez, estoy intentando trabajar.
- Muy bien, como desees.
Al irse, el borde de la túnica de la elfa dejó una estela en el suelo de la mugrienta sala donde ella y el goblin habían estado discutiendo. había optado por las vestimentas rituales para aquel encuentro para imponer un poco más de respeto, pero una sacerdotisa de Elune ofreciéndose para un trabajo de mercenaria era algo patético, con túnica o sin ella.
Llevaba ya casi ocho meses dando vueltas por Stranglethorn Vale, haciendo trabajillos como mercenaria. Pero no terminaba de reunir el dinero suficiente, o este no lograba quedarse en sus manos el tiempo necesario como para poder retomar su viaje hacia el norte. Ya hasta comenzaba a tener cierta fama en los bajos fondos de Booty Bay.
Pese a ser uno de ellos, despreciaba a los mercenarios, de cualquier raza, por vender su fidelidad al mejor postor. Y ellos la despreciaban a ella, en primer lugar por ser elfa, y en segundo por creerse mejor que ellos cuando estaba en su misma situación. Llevaba ya ocho meses conviviendo con el desprecio de sus compañeros mercenarios, y con el de ella misma por haber caído tan bajo.
- Ah, mierda. - el goblin se pasó la mano por su enorme cabeza verde con gesto impaciente - Quédate. Seguramente logre atraer a alguien más si creen - recalcó especialmente esta palabra - que alguien va a poder protegerles.
La mujer, que estaba atravesando el quicio de la puerta, no pareció oírle. El goblin levantó la voz.
- ¿Me has oido? ¡Ven aquí, maldita sea! - la elfa paró en seco - Ah... Tampoco he conseguido a nadie lo suficientemente estúpido como para pensar que le merece la pena bajar allí...
- Pues ahora que consigues a alguien, harías bien en no rechazarle - volvió al centro de la habitación - Y ten cuidado de no insultarme, porque podría echarme atrás.
- No te echarás para atrás. Te has ofrecido para el trabajo, y encima has insistido... - se encogió de hombros, con lo que casi desaparece bajo el borde de la mesa - O de verdad necesitas dinero, o tienes muchas ganas de morir.
- Hay maneras más rápidas y agradables de morir que en un nido de dragones. Si fuera eso lo que quisiera, estate seguro que no cobraría por ello.
- ¿Podrás conseguir a más gente?
- Depende. ¿A cuántos puedes pagar?
- Voy a consultarlo en mis diarios... - con sus huesudas manos verdes, pasó las páginas del inmenso libro de cuentas que tenía frente a sí - ... a doscientas piezas de oro como adelanto, más trescientas a la entrega... No más de diez personas en total.
A la elfa se le escapó una risita.
- Te va a salir caro el huevo... Pero supongo que si ofrecieras menos nadie querría ir, claro - se acercó a la mesa, y apoyó la cadera en ella - Siendo tan pocos, esto no es una expedición. Es un suicidio.
- No tengo más oro para vosotros - en la frase, aparte de desprecio, se notaba un cierto nerviosismo. A todas luces el goblin estaba mintiendo.
- Muy bien - la mujer, después de meditarlo unos momentos, se agachó sobre la mesa acercando su cara a la del goblin - Nueve personas, contándome a mi. Y a mi me darás las 500 de oro que te sobren, cuando volvamos con tu huevo.
- Que te pague el doble? ¡Y un cuerno! - la elfa se incorporó y se volvió hacia la puerta, dispuesta a marcharse - ¡Cien más! ¡Es mi última palabra!
- Creo que no estamos hablando el mismo idioma, orejudo - la mujer se volvió hacia él, pero no se acercó – No estoy regateando. O lo tomas o lo dejas.
- Si piensas que...
- Yo que tu no seguiría gastando saliva
- Agh... - el goblin agachó la cabeza. Bueno, pensó, era bastante probable que jamás tuviera que desembolsar tal cantidad – Muy bien, como digas.
- Nos tendrás aquí mañana al alba. Ten el oro preparado.
Sin esperar contestación por parte del goblin, la elfa salió de la sala y se dispuso a atravesar el laberinto de pasillos que daban - no todos - a la calle. Maldecía las edificaciones goblins. Igual hasta no conseguían estar allí al día siguiente, porque se perdían por el camino.
Si había un buen lugar par encontrar gente sin nada que perder, esa era Booty Bay. La elfa se dirigió a una de las tabernas, segura de que a esas horas de la tarde se encontraría con unos conocidos suyos.
- ¡Así me gusta, buen alcohol y buenas mujeres! - Al entrar fue recibida por los berridos del más corpulento de los tres humanos que había en la única mesa ocupada del local - Ven aquí y deléitanos con tu cuerpo, elfa!
- Ya estás borracho - No era una pregunta. Cogió una silla de la mesa contigua y se sentó con ellos - ¿Qué tal os va?
- No te hagas la simpática, Ónice. ¿Qué quieres?
- A mi me encantaría que quisiera chuparme la polla y que luego se la metier... - no pudo acabar la frase. Con un solo gesto, la mujer le sujetó la cabeza a la altura de la nuca y le golpeó la frente contra la mesa con toda la fuerza que le permitió su brazo, que era bastante. A ninguno de sus dos amigos pareció importarles que lo hubiera dejado inconsciente.
- He encontrado un trabajo - siguió hablando como si no hubiera pasado nada - Es peligroso, pero pagan bien.
- ¿Cuánto de bien?
- Quinientas piezas de oro
- Joooder - de repente los hombres volcaron todo su interés en la conversación
- Por ese dinero yo me iba en calzones a la mismísima guarida de Onyxia!
- No vas desencaminado...
- ¿De qué se trata?
- Black Rock. Un goblin quiere un huevo de uno de los criaderos bajo la montaña.
- ¿Estás de coña? - al ver que la elfa permanecía seria, el hombre que había hablado se comenzó a enfadar - ¿Pero estás chalada o que te pasa?
- Seremos vosotros tres, mas cuatro a elección de Herumir y tuya, además de mi. Saldremos mañana al ponerse el sol.
- Quieres que nos metamos en un criadero de huevos de dragón, y que robemos uno? Me parece genial que tú quieras ir, pero no esperes que te sigamos!
- No debería ser demasiado difícil, si somos rápidos. Hay un criadero en el primer nivel, tengo entendido. Quizá un dragonkin o dos, no creo que más.
- Me estás escuchando, Ónice? - el llamado Herumir se estaba enfadando – Yo no pienso ir a ninguna parte!
- Según tengo entendido - la mujer adaptó un tono indiferente, a la vez que miró a Herumir a los ojos - 'alguien' te busca por moroso... y no parará hasta tener bien tu dinero, bien tu cabeza en un tarro. Qué opinas tú al respecto, Heru? - el hombre se puso rojo, pero no contestó - Y a ti, Forsvik... – sonrió sarcástica – a ti no necesito convencerte, verdad?
- Bromeas? Mataría por ver un criadero de dragón por dentro! - era el único que mostraba entusiasmo. Herumir le fulminó con la mirada.
- Hecho entonces. Mañana al alba os espero a todos frente a la posada. Nos darán el primer pago, doscientas de oro, y tendréis todo el día para gastarlos. A la caída del sol nos veremos en el muelle. Alquilaremos unos grifos y volaremos hacia Searing Gorge. Si tenéis problemas para reclutar al resto hablad con Ghormenghast, seguro que él sabe de alguien que esté dispuesto a acompañarnos.
La mujer se levantó de la mesa y salió de la taberna, dejando a los dos hombres inmersos en una acalorada conversación sobre si habría o no perdido la razón.
El día siguiente se le hizo muy largo a la elfa. Sus compañeros no la habían defraudado, y al alba se encontró en la puerta de la posada con un grupo de cuatro humanos, dos enanos llenos de cicatrices, y un gnomo borracho - el propio Ghormenghast – que se les había unido afirmando que sin él no durarían vivos ni medio minuto. No intercambiaron muchas palabras, y tras recibir el pago del goblin, cada uno se fue a tratar sus propios asuntos hasta el ocaso. Tras la comida, ella optó por pasear un rato por los muelles.
Este podía ser su último trabajo como mercenaria, se dijo. Hasta ahora, vendiendo sus servicios apenas sí conseguía dinero suficiente para comer cada día, pero después de esto tendría lo suficiente para...
"Para qué. ¿para encontrarle?". Llevaba sin pensar en él bastante tiempo. Si bien se hizo mercenaria para poder terminar su viaje, ese medio se había convertido en un fin en sí mismo. Encontraba un placer inmenso en descargar su dolor sobre un puñado de desconocidos. Era como un sedante. Hacer daño a los demás parecía hacer disminuir su sufrimiento. Y sobre todo, el tener que preocuparse por mantenerse viva hacía que tuviera muy poco tiempo para pensar. Pero ahora, caminando entre los barcos atracados en el muelle, con el sol de la tarde brillando cada vez más tenue, empezó a hacerlo. Y no le gustó en absoluto lo que pensó.
- Hace una bonita tarde para pasear, verdad, hermana?
La elfa se giró, asustada, y vio a un elfo, vestido con la túnica de sacerdote de Elune, mirándola.
- Perdona. Te he asustado?
- No. Solo... Estaba pensando en mis cosas. No te he oído acercarte.
- Bien - se acercó a ella. Era alto hasta para ser un elfo, con el atlético cuerpo de los de su raza bien desarrollado, y un hermoso rostro en el que se podía ver bondad fuera cual fuese su estado de ánimo - No te encuentras bien?
- No. Es decir, sí. Es decir... - sacudió la cabeza - Me encuentro bien, gracias.
- No lo creo
- Cómo dices?
- Te he encontrado por el rastro de sangre que vas dejando al caminar - la mujer se miró las manos y luego el suelo, desconcertada - Tu alma está gravemente herida.
“Ah, el alma. Ya me había olvidado de cuánto nos gusta a los elfos eso del rollo místico...”.
- Eres la primera sacerdotisa de Elune que conozco que se hace mercenaria. No somos de naturaleza violenta. No desearías dejarlo?
- Amrod, por favor, no sigas por ahí. Además, no lo hago por gusto. Solo estoy consiguiendo dinero para poder seguir viajando.
- Y cuando tengas el dinero para seguir caminando, a donde te llevarán tus pasos?
La mujer le miró a los ojos. Unos hermosos ojos para un hermoso rostro. Ya le había ofrecido antes pagarle el viaje de retorno a Darnassus, con él, para volver al Templo y "ser" sacerdotisa.
- Muchos hermanos desaparecen del templo y vuelven al cabo, y ni se les aplica castigo alguno ni se les hace preguntas. Podrías volver y comenzar de nuevo, desde cero.
Pero su alma no podía volver a empezar. Estaba demasiado herida como para poder olvidar sin más.
- No voy a volver a Kalimdor. Sabes que no puedo.
- Qué te lo impide?
- Yo me lo impido. Puede que vosotros me perdonéis, pero no es vuestro perdón lo que busco.
Los dos callaron. Ella le miraba a él, y él miraba el mar. Así permanecieron un par de minutos.
- No deberías seguir con esto.
- Ya me lo dijiste una vez.
- Antes lo único que tenía eran mis palabras para convencerte. Ahora que se cumplieron mis augurios, acaso no piensas cambiar de idea?
Los ojos de la elfa se llenaron de lágrimas. Recordó a ese mismo Amrod hablándole a una enamoradiza adolescente. "Los humanos no entienden el amor como nosotros, Ónice. Ese hombre no te traerá más que sufrimiento"
Y había estado en lo cierto. O acaso no la había cambiado por otra a la mínima de cambio? Por alguien que sí entendiera el amor como él, por una humana?
- Llevo demasiado tiempo buscando - dijo, apretando los párpados para impedir que se le escaparan las lágrimas - Si no fuera capaz de terminarlo, todo esto no habría servido de nada. Todos estos años no habrían tenido ningún sentido.
- Pero el futuro podría compensarte por tanto dolor.
- El futuro ya no puede darme nada.
Amrod tenía razón, pensó la elfa. Siempre la había tenido: Cuando le guardó el secreto de su amistad con el humano, y se las arregló para que aquel caballero enviado a Darnassus tuviera que quedarse indefinidamente en la ciudad. Cuando le advirtió sobre trabar amistad con su joven escudero. Cuando dejó que llorara en su hombro tras la partida de caballero y escudero. Cuando facilitó la correspondencia entre ella y el humano. Cuando encubrió su huída para buscarle...
Y ahora, años después, tras un encuentro que Amrod aseguraba ser casual, pero que ella dudaba mucho que lo fuera, volvía a tener razón.
- Nunca te he hecho caso, Amrod. Y a estas alturas no voy a cambiar - Sonrió con tristeza. Él le devolvió la sonrisa.
- Ten presente que siempre puedes volver. Entregarte a la Diosa puede curar todas tus heridas.
- No lo dudo.
El siguiente silencio duró mucho más que el primero. Al fin, con la voz rota por el dolor, la elfa habló.
- Solo necesito verle. Saber que está bien. Que esa mujer que le acompaña le hace feliz...
- Y también esperas que al verte se de cuenta de que jamás ha amado a nadie más que a ti, y vuelva corriendo a tus brazos.
Ella le miró con algo parecido a la indignación en sus ojos.
- No tienes ni idea de lo que quiero, Amrod. Y de todos modos, dista bastante de lo que espero encontrar.
Él no dijo nada. La miró en silencio, sintiendo no poder hacer nada para aplacar su dolor.
- Tengo que hacerlo, Amrod. Compréndeme, por favor. Y perdóname.
El elfo se acercó a ella, puso las manos sobre sus hombros, y le dio un beso en la frente.
- Te comprendo mejor de lo que tú llegarás a comprenderte nunca. Y si bien no hay nada que perdonar, tienes mi perdón. Que Elune guíe tus pasos, hermana, y te lleve por fin al lugar donde puedas descansar y sanar de tus heridas.
La elfa se quedó quieta, viendo en silencio como Amrod se separaba de ella y se alejaba por el muelle hasta perderle de vista. Sentía aquel dolor en su pecho con tal fuerza, que solo respirar ya era una tortura. Así, parada en mitad de las tablas del embarcadero, mirando al vacío, luchando contra el dolor, permaneció un largo rato. No hizo ningún movimiento, pero en algún momento le debieron fallar las piernas, porque de pronto se vio de rodillas sobre los tablones del embarcadero. Allí se quedó quieta, ignorada por los transeuntes e ignorándolos de igual manera, hasta que el sol comenzó a descender por el horizonte.

Capítulo 1

Había un gran revuelo fuera de la posada. Montones de borrachos sin nada mejor que hacer se dedicaban a pelear entre ellos, bien compitiendo por las "damiselas" que poblaban la aldea, bien por el puro placer de la violencia sin control. Se les oía como si estuvieran ya no dentro de la posada, sino en la propia cabeza de la elfa. Hubo un momento en el que casi se asustó, cuando uno de los borrachos corrió a refugiarse en el comedor, con sus perseguidores tras él. No era precisamente miedo a los alborotadores, pero ya bastante llamaba la atención, y no le apetecía verse metida en mitad de una pelea de borrachos cachondos. De hecho, ella misma comenzaba a sentirse algo borracha. Miró su tercera jarra de ron, a medio terminar, y suspiró. Según cómo se sentía, le hubiera gustado acabar con todas las existencias de alcohol de Goldshire (cantidad nada desdeñable), pero llevaba demasiado tiempo sin probar el alcohol, y esta vez se había excedido. Se levantó de la barra, y se dirigió dando tumbos a la planta superior, donde estaban las habitaciones. Todas las miradas se centraron en ella, algunas con sorpresa, muchas con desdén, unas pocas con lascivia. La mayoría de las elfas - y de mujeres de cualquier raza, en general - que frecuentaban Goldshire se dedicaban al "comercio de carne", así que nadie debería haberse sorprendido de verla... pero las prostitutas no vestían como iba ella en aquel momento. Tenía que haberlo previsto, pensó. Tenía que haberse vestido de una forma un poco más discreta. Tenía otra ropa. Entonces, por qué se había tenido que dejar puesta la túnica de sacerdotisa para bajar al comedor? Con sus pantalones de viaje habría bastado, estas eran tierras de los humanos, no había nada a lo que temer.
Entró en el cuchitril que le habían alquilado por habitación, con una cama tan diminuta que no habría podido contener ni el volumen de un niño humano. Además de la cama, en la sala solo había una silla y una mesita, junto a una ventana que daba a la plaza de la aldea. La elfa se sentó en la silla y se puso a mirar hacia la calle, a la pelea que estaba teniendo lugar justo en aquel momento en la plaza. Se sentía triste, hastiada, decepcionada. No hacía tanto que duraba su búsqueda, pero al vivir rodeada de humanos estaba empezando a percibir el tiempo como ellos. Aquello estaba durando demasiado tiempo para su gusto, y dando muy pocos resultados. Un rumor falso por aquí, un testigo borracho por allá... Había recorrido todo Kalimdor, y ya llevaba la mitad de Azeroth. Se le había acabado el dinero hacía tiempo, y tenía que conseguirlo vendiendo sus servicios como mercenaria. Pese a que todos sus informadores habían apuntado a las Tierras de la Plaga, su siguiente trabajo la llevaría hacia el Sur. Y además, no le hacía ni pizca de gracia dirigirse al Norte. Los No Muertos la perturbaban tanto como la corrupción de su amada Tierra.
Y para colmo estaba esa paladina. Los últimos rumores hablaban de una atractiva mujer que iba siempre con él, y que había desatado su furia vengadora contra los No Muertos de la Plaga...
Se levantó de golpe, tirando la silla y empujando la mesa hacia un lado. Se acercó a la cama, y ahí, junto al petate con sus pertenencias, dejó hombreras, guantes y capa. Recogió su bastón y se lo sujetó en el cinturón, a su espalda, y se recogió la larga melena blanca, apartándosela de la cara. Abrió la puerta de su habitación y bajó las escaleras, más por efecto de la gravedad que de sus movimientos.
Se resistía a creerlo, pero ahí estaban todas las pruebas. Por primera vez, toda la información que le llegaba coincidía: Iba acompañado de una paladina tan fanática como atractiva, de la cual no se separaba ni a la hora de dormir...
Le pegó un puñetazo a la pared mientras bajaba las escaleras. Eso explicaría por qué no se habían encontrado aún, por qué él no la había buscado, aunque ella no hubiera parado de intentar encontrarlo durante tanto tiempo.
Pero no podía creerlo.
Atravesó el comedor hecha una furia, haciendo caso omiso - de nuevo - de las miradas, y salió del edificio. El alcohol la había inflamado; necesitaba descargar adrenalina, y estaba en el lugar adecuado para ello.
Tenía su lógica, pensó mientras se colocaba en mitad de la plaza, entre dos de los muchos borrachos que la poblaban, y blandía su vara. Eran de razas distintas. Y ellos llevaban sin verse demasiado tiempo.
- Eh, cuidado! - Un humano, curiosamente sobrio, la agarró del brazo y la echó a un lado, evitando que la embistiera uno de los alborotadores en su camino hacia su contrincante. - Deberías tener más cuidado - La acercó hacia sí - Te has librado de una buena... - como su cabeza quedaba justo a la altura del pecho de ella, lo miró fijamente, como si allí tuviera los ojos.
Sorprendida, la elfa se fijó en el hombre que la abrazaba. No era alto ni para ser humano, pero tenía una ancha espalda, y la sujetaba con suficiente fuerza como para que se sintiera impresionada.
- ¿Cómo te llamas? - le preguntó el hombre, mirándola a los ojos y colocando la palma de su mano sobre su vientre. A la elfa le vinieron arcadas al sentir el contacto de su piel, y se lanzó hacia atrás casi instintivamente – Pero qué te suced... - No pudo terminar la frase. La elfa le propinó un puñetazo en un lado de la cabeza, y se alejó de él.
La ira, ayudada por el alcohol, se adueñó totalmente de ella. Volvió al centro de la plaza, pero esta vez no esperó a que alguien se lanzara contra ella. Esquivó un mazazo perdido de un enano ebrio, y le rompió la mandíbula de un bastonazo. Al echarse hacia atras tras el ataque, oyó los gritos del contrincante del enano, insultándola. Se volvió justo a tiempo para evitar una espada que iba directa a su cuello, se agachó, y le propinó un codazo en el vientre a un humano gordinflón. Saltó hacia un lado, pero antes de poder incorporarse del todo una daga le alcanzó en el costado. Giró en redondo, y le abrió la cabeza al enano que había empuñado la daga. Antes de que pudiera reaccionar, un mandoble cayó sobre ella. Lo paró con la vara, desviándolo hacia un lado, y lanzó todo el peso de su cuerpo contra un tercer enano, haciendo que los dos cayeran al suelo. Rodando, se separó del guerrero y logró incorporarse, para recibir un mazazo en un lado de la cabeza que la devolvió al suelo. No había podido ni coger aire cuando la maza se descargó contra su estómago. Se echó a un lado justo a tiempo, y el arma solo le rozó el costado. Se incorporó sobre las rodillas, y le clavó el extremo de la vara en el estómago al atacante. Logró levantarse, pero un pinchazo en el costado la hizo doblarse... justo a tiempo para esquivar una flecha que iba directa a su frente. Levantó la cabeza, que le daba vueltas tras el mazazo recibido, y vio al humano que la había abrazado blandir su maza y lanzarse al campo de batalla. Por el rabillo de ojo vio venir un golpe de espada, que logró esquivar por muy poco, y paró con la vara otra estocada. Ya no veía quién empuñaba las armas, ni oía los gritos de la pelea. Solo veía golpes dirigidos contra ella. El costado le ardía, y la cabeza le palpitaba al ritmo de su respiración. No logró esquivar un mazazo, que le dio en el hombro derecho, y le hizo soltar la vara. Vio la maza que la había desarmado levantarse en el aire y bajar sobre su cabeza. Incapaz de moverse por el dolor, cerró los ojos y recitó un hechizo, el primero que se le vino a la cabeza.
Una bola de luz negra se formó alrededor de la elfa y provocó una explosión que lanzó por el aire a todos los hombres que la rodeaban. El hechizo no levantó polvo en la explanada, así que todos pudieron ver cómo la mujer caía al suelo, inconsciente, justo tras terminar de recitar el conjuro.
La elfa abrió los ojos, y vio el tejado de una habitación, lacado de blanco y lleno de manchas de humedad. La vista se le nubló un instante, pero logró enfocarla. Se llevó una mano a la frente, y la notó húmeda.
- Te encuentras bien? - oyó una voz de hombre a su derecha. Giró la cabeza, que comenzó a darle vueltas, y vio la figura desenfocada de un humano sentado junto a la cama donde ella yacía. No sabía quien era, y tampoco tenía intención de averiguarlo. Intentó incorporarse en la cama, pero al hacerlo un intenso dolor en el costado le cortó la respiración.
- No podrás levantarte después de la paliza que te han dado, así que no lo intentes - la voz del hombre no sonaba preocupada. La elfa se acordó de cómo había llegado allí, y se sintió estúpida. No debería haber bebido, había acabado como todos esos borrachos de mierda que solo venían a Goldshire buscando placer...
- Creo que yo he pateado más culos de los que me han pateado a mi - contestó, y se apoyó en un codo para girarse hacia el humano, medio incorporándose. Dobló las rodillas y no notó dolor, así que apartó con los pies la sábana que la cubría, y sacó las piernas de la cama. Su peso hizo que se levantara sin necesidad de forzar el estómago. Miró al hombre a la cara, pero no consiguió enfocar sus rasgos.
- Has tenido suerte de que hubiera alguien sobrio por la zona, elfa. - Aunque no podía ver claramente su cara, supuso que estaba sonriendo - Y de que ese alguien pudiera curar tus heridas.
Como no era capaz de sacar nada en claro de su cara, bajó la vista al cuerpo del hombre. Era enormemente ancho de espalda para ser humano, pero aparte de eso, nada más le llamó la atención. Además, viéndole tan desenfocado, bastante que podía darse cuenta de su tamaño.
- Fuiste tu quien me curó? - Volvió a ver lo que parecía una sonrisa en el rostro del hombre - Supongo que te tendré que dar las gracias - Se apoyó con los brazos en el borde de la cama e intentó levantarse, sin éxito. El humano se levantó y la sujetó por los hombros para evitar que se cayera al suelo.
- Te he comentado que no podrías levantarte? - Con un gesto firme, sentó de nuevo a la elfa en la cama, y volvió a sentarse él. - Me vas a decir tu nombre ahora?
Ah, el hombre de la plaza. el que la había abrazado.
- Estoy bien, no tienes por qué preocuparte, humano - tiñó la frase con un tono de desdén, que supuso suficiente como para dejar claro que no quería que la volviera a tocar. Se llevó las manos al costado, y recitó un conjuro. Cuando la luz azul desapareció de entre sus dedos, también lo hizo el dolor. - Si has sido tú quien me has curado, no lo has hecho demasiado bien. - Se volvió a levantar, y esta vez solo sintió un ligero mareo. Igual era debido al alcohol que había tomado.
- Deberás disculpar mi ineptitud con la magia curativa, aún estoy bastante verde. - el humano se levantó y se acercó a la pared, de donde cogió algo, y volvió a colocarse junto a ella - Esto es tuyo.
A duras penas la elfa enfocó la mirada en el trozo de tela que le ofrecía el humano, y reconoció en él su túnica. Justo en ese momento se dio cuenta de que estaba desnuda.
- Ah - le quitó la túnica de un tirón al hombre, y se tapó con ella. Habría matado por saber dónde había estado mirando el humano todo ese rato, pero solo veía brumas. Como él no se daba la vuelta lo hizo ella, y con toda la fluidez que le permitieron sus embotados sentidos se deslizó la prenda por la cabeza y se ajustó la falda a la cadera. Al volverse de nuevo, volvió a sentir que la cabeza le daba vueltas.
- Eres paladín? - la pregunta le salió de los labios antes de que pudiera pensar en lo que estaba diciendo. Notó que el hombre se encogía de hombros
- Lo intento al menos. - su tono se tiñó de una especie de anhelo - Pero aún no puedo llamarme así.
- Ajá - Se colocó los hombros y las mangas de la túnica, y paseó la vista por la habitación - que claramente no era la de la posada - por si había otra prenda de ropa suya por allí.
- Pero conoces más paladines? - No debía hacer esto. No debía hacerlo
- Si, a algunos - El hombre cogió algo de encima de la mesa, un bulto informe que resultaron ser su cinturón y sus brazales, y se los tendió. Ella los cogió con el mismo gesto violento, y se los ciñó en la cadera y las muñecas.
- Me das mi vara? - No debía preguntarlo. No debía. La respuesta sólo le iba a hacer daño. Cuando el humano volvía con un palo largo con una piedra engastada en el extremo, que no logró identificar como su vara pero que debía serlo, lo agarró y se lo intentó - sin éxito - ceñir a la cadera. El humano le cogió la vara, y colocó los cierres del cinturón alrededor de ella. Al retirar la mano, volvió a rozarle el vientre. - Y a uno llamado Damodar Brightblade?
Él levantó la cabeza - Pues sí, le conozco - De nuevo habría matado por haber podido enfocar la vista en su cara - Es bastante popular. De hecho, tengo que encontrarme con él.
La elfa sintió de pronto una bola en el estómago. Le fallaron las piernas, y estuvo a punto de caer al suelo. Con toda la indiferencia que pudo, que hasta ella se dio cuenta de que era bien poca, preguntó.
- Y por qué le buscas?
- Correo de La Argent Dawn. - Ladeó la cabeza - Confidencial. No puedo decir más.
- Vaya, así que eres mensajero. Y sabes dónde encontrarle, o estás dando palos de ciego?
- Por qué quieres saber el paradero de un humano, elfa? - había curiosidad en su voz.
- Tampoco te interesa saberlo. Me lo dirás o no?
El humano cayó un par de segundos, miró hacia abajo, y se sentó de nuevo en la silla
- Está al Norte, en las Tierras de la Plaga. No sé exactamente dónde, se mueve constantemente. Pero teniendo en cuenta el revuelo que esos dos montan por donde pasan, no debería ser difícil dar con ellos.
La elfa hizo caso omiso del plural que había usado el humano en su frase.
- Ajá. Gracias. - Localizó la puerta entre la bruma que lo rodeaba todo, y se dirigió hacia ella. Pero justo antes de coger el picaporte, se dio la vuelta - Le conoces personalmente?
- Tuve esa suerte. En uno de los recientes concilios que tuvimos la Cruzada Escarlata. Gracias a su dedicación supe que mi futuro era entregarme a la Luz.
- ¿Cuándo le conociste? - Ya que había llegado hasta allí, qué más daba exponerse un poco más? Total, seguramente no volvería a ver a este humano en toda su vida, y si él daba con su Paladín, quizá le hablara de ella.
- Hace poco. Quizá un año.
- Ya veo - miró hacia la ventana. Se dio cuenta en aquel momento de que se no oía ningún grito proveniente de la calle. Respiró hondo para hacer la siguiente pregunta - Y de qué hablasteis?
- No mencionó a ninguna elfa de melena blanca, si es a eso a lo que te refieres - Ella sintió un puñetazo en el estómago, donde había recibido la puñalada - Pero eso no quiere decir nada. No hablamos de amores, precisamente
A la elfa le comenzaron a arder los ojos. Aquello no quería decir nada, pensó. Dos paladines hablando de la Luz y de todas esas estupideces. Además, en la Argent Dawn no estaba bien visto que un paladín tuviera por pareja a una elfa, por muy sacerdotisa que fuera.
- Soy Sacerdotisa de Elune, no una amante despechada. No pienses lo que no es - soltó, con demasiada ira en la voz como para que sonara convincente.
- También eres un mensajero?
- Exacto - La imagen de una humana le vino a la cabeza. Era guapa hasta para los cánones élficos: Tenía una melena lisa y blanca que le llebaba hasta los hombros, y un rostro dulce e inteligente. Y esa figura llena de curvas que tienen las humanas atractivas, y que una elfa jamás llegará a tener. La cabeza comenzó a darle vueltas de nuevo, y el escozor de sus ojos comenzó a convertirse en humedad. Se volvió hacia la puerta, y salió de la habitación todo lo rápido que le permitió su mareo. Miró a su alrededor, y vio unas escaleras de bajada. En la planta de abajo vio una puerta grande de madera que supuso daba a la calle, la franqueó, ignorando al humano que la seguía, y se quedó plantada ahí mismo, deslumbrada por la luz del sol.
El humano le cogió los antebrazos desde atrás, casi con dulzura, y se le acercó, pegando su torso a la espalda de ella.
- No deberías caminar tan pronto. Quédate aquí descansando, aunque solo sea unas horas. Y come algo. Te sentará bien.
La sujetaba con la suficiente fuerza, y ella estaba lo suficientemente mareada, como para que no quisiera intentar soltarse de su abrazo. El calor de él le llegó a la espalda a través de la tela que les separaba, y le recordó el calor de otro. Cerró los ojos, intentando con toda su alma que las lágrimas no se le escaparan.
- Aún no me has dicho tu nombre, elfa - notó su aliento, cálido y suave, en su hombro. Le vinieron a la cabeza otro lugar y otro tiempo.
Soltó una de las manos, y se la puso sobre el hombro. Ella adivinó que de haber llegado, le habría acariciado el pelo. Como solía hacer él.
- No creo que te importe, humano - con un tirón se soltó de su abrazo, y se le encaró. Dos lágrimas le resbalaron por las mejillas, pero no se atrevió a limpiarse la cara. Permaneció inmóvil, mirando desde arriba al insolente que se atrevía a hacerla llorar, y deseando con toda su alma poder decir algo hiriente. Pero no se le ocurrió nada.
- Tienes razón - la desenfocada figura del humano agachó la cabeza, y se llevó una mano al cuello. La elfa se fijó en que debía ser bastante joven. - No debería ser tan insolente - cogió un pañuelo de su bolsillo, y se lo tendió. Ella no lo aceptó. - Pero tu no deberías ser tan testaruda.
De un tirón, la elfa le arrancó el pañuelo de las manos.
- No creo que quieras que seamos compañeros de viaje, pero ya que tenemos destino común...
- Crees bien - Ahora que había empezado a llorar, no podía parar. Cada vez tenía la vista más nublada.
- Ya – el humano pareció entender que la elfa quería marcharse de allí cuanto antes – La casa está un poco apartada de la aldea. Toma la bifurcación de la izquierda, y luego sigue los gritos. No tiene pérdida. - Levantó el brazo en gesto de despedida - Un placer conocerte, elfa, que tengas suerte en tu búsqueda.
Y se volvió para entrar en la casa.
- Ónice
- Perdón? - el humano se giró hacia la elfa, no muy seguro de si le había oído decir algo.
- Me llamo Ónice. Ónice Starbreeze - La elfa seguía llorando. Había desistido de limpiarse la cara, que tenía surcada de lágrimas y retorcida en un gesto de dolor - Muchas gracias por todo - hizo una reverencia - Que Elune guíe tus pasos
Y se alejó por el camino, en dirección a Goldshire. El humano se la quedó mirando mientras se perdía de vista entre los árboles, con una ternura en los ojos que no los había abandonado desde que la elfa se despertara, pero que ella, debido a su mareo, no había sido capaz de ver. Luego, tras musitar una oración por ella, volvió a entrar en la casa, y cerró la puerta tras de sí.
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