Capítulo 2

- No estoy interesado en contratarte.
- No lo estás enfocando bien. Tenerme a mi será mejor que no tener a nadie.
- No te necesito.
- Te equivocas. SI me necesitas. No encontrarás nada mejor que yo.
- Una sacerdotisa no me sirve. Déjame en paz de una vez, estoy intentando trabajar.
- Muy bien, como desees.
Al irse, el borde de la túnica de la elfa dejó una estela en el suelo de la mugrienta sala donde ella y el goblin habían estado discutiendo. había optado por las vestimentas rituales para aquel encuentro para imponer un poco más de respeto, pero una sacerdotisa de Elune ofreciéndose para un trabajo de mercenaria era algo patético, con túnica o sin ella.
Llevaba ya casi ocho meses dando vueltas por Stranglethorn Vale, haciendo trabajillos como mercenaria. Pero no terminaba de reunir el dinero suficiente, o este no lograba quedarse en sus manos el tiempo necesario como para poder retomar su viaje hacia el norte. Ya hasta comenzaba a tener cierta fama en los bajos fondos de Booty Bay.
Pese a ser uno de ellos, despreciaba a los mercenarios, de cualquier raza, por vender su fidelidad al mejor postor. Y ellos la despreciaban a ella, en primer lugar por ser elfa, y en segundo por creerse mejor que ellos cuando estaba en su misma situación. Llevaba ya ocho meses conviviendo con el desprecio de sus compañeros mercenarios, y con el de ella misma por haber caído tan bajo.
- Ah, mierda. - el goblin se pasó la mano por su enorme cabeza verde con gesto impaciente - Quédate. Seguramente logre atraer a alguien más si creen - recalcó especialmente esta palabra - que alguien va a poder protegerles.
La mujer, que estaba atravesando el quicio de la puerta, no pareció oírle. El goblin levantó la voz.
- ¿Me has oido? ¡Ven aquí, maldita sea! - la elfa paró en seco - Ah... Tampoco he conseguido a nadie lo suficientemente estúpido como para pensar que le merece la pena bajar allí...
- Pues ahora que consigues a alguien, harías bien en no rechazarle - volvió al centro de la habitación - Y ten cuidado de no insultarme, porque podría echarme atrás.
- No te echarás para atrás. Te has ofrecido para el trabajo, y encima has insistido... - se encogió de hombros, con lo que casi desaparece bajo el borde de la mesa - O de verdad necesitas dinero, o tienes muchas ganas de morir.
- Hay maneras más rápidas y agradables de morir que en un nido de dragones. Si fuera eso lo que quisiera, estate seguro que no cobraría por ello.
- ¿Podrás conseguir a más gente?
- Depende. ¿A cuántos puedes pagar?
- Voy a consultarlo en mis diarios... - con sus huesudas manos verdes, pasó las páginas del inmenso libro de cuentas que tenía frente a sí - ... a doscientas piezas de oro como adelanto, más trescientas a la entrega... No más de diez personas en total.
A la elfa se le escapó una risita.
- Te va a salir caro el huevo... Pero supongo que si ofrecieras menos nadie querría ir, claro - se acercó a la mesa, y apoyó la cadera en ella - Siendo tan pocos, esto no es una expedición. Es un suicidio.
- No tengo más oro para vosotros - en la frase, aparte de desprecio, se notaba un cierto nerviosismo. A todas luces el goblin estaba mintiendo.
- Muy bien - la mujer, después de meditarlo unos momentos, se agachó sobre la mesa acercando su cara a la del goblin - Nueve personas, contándome a mi. Y a mi me darás las 500 de oro que te sobren, cuando volvamos con tu huevo.
- Que te pague el doble? ¡Y un cuerno! - la elfa se incorporó y se volvió hacia la puerta, dispuesta a marcharse - ¡Cien más! ¡Es mi última palabra!
- Creo que no estamos hablando el mismo idioma, orejudo - la mujer se volvió hacia él, pero no se acercó – No estoy regateando. O lo tomas o lo dejas.
- Si piensas que...
- Yo que tu no seguiría gastando saliva
- Agh... - el goblin agachó la cabeza. Bueno, pensó, era bastante probable que jamás tuviera que desembolsar tal cantidad – Muy bien, como digas.
- Nos tendrás aquí mañana al alba. Ten el oro preparado.
Sin esperar contestación por parte del goblin, la elfa salió de la sala y se dispuso a atravesar el laberinto de pasillos que daban - no todos - a la calle. Maldecía las edificaciones goblins. Igual hasta no conseguían estar allí al día siguiente, porque se perdían por el camino.
Si había un buen lugar par encontrar gente sin nada que perder, esa era Booty Bay. La elfa se dirigió a una de las tabernas, segura de que a esas horas de la tarde se encontraría con unos conocidos suyos.
- ¡Así me gusta, buen alcohol y buenas mujeres! - Al entrar fue recibida por los berridos del más corpulento de los tres humanos que había en la única mesa ocupada del local - Ven aquí y deléitanos con tu cuerpo, elfa!
- Ya estás borracho - No era una pregunta. Cogió una silla de la mesa contigua y se sentó con ellos - ¿Qué tal os va?
- No te hagas la simpática, Ónice. ¿Qué quieres?
- A mi me encantaría que quisiera chuparme la polla y que luego se la metier... - no pudo acabar la frase. Con un solo gesto, la mujer le sujetó la cabeza a la altura de la nuca y le golpeó la frente contra la mesa con toda la fuerza que le permitió su brazo, que era bastante. A ninguno de sus dos amigos pareció importarles que lo hubiera dejado inconsciente.
- He encontrado un trabajo - siguió hablando como si no hubiera pasado nada - Es peligroso, pero pagan bien.
- ¿Cuánto de bien?
- Quinientas piezas de oro
- Joooder - de repente los hombres volcaron todo su interés en la conversación
- Por ese dinero yo me iba en calzones a la mismísima guarida de Onyxia!
- No vas desencaminado...
- ¿De qué se trata?
- Black Rock. Un goblin quiere un huevo de uno de los criaderos bajo la montaña.
- ¿Estás de coña? - al ver que la elfa permanecía seria, el hombre que había hablado se comenzó a enfadar - ¿Pero estás chalada o que te pasa?
- Seremos vosotros tres, mas cuatro a elección de Herumir y tuya, además de mi. Saldremos mañana al ponerse el sol.
- Quieres que nos metamos en un criadero de huevos de dragón, y que robemos uno? Me parece genial que tú quieras ir, pero no esperes que te sigamos!
- No debería ser demasiado difícil, si somos rápidos. Hay un criadero en el primer nivel, tengo entendido. Quizá un dragonkin o dos, no creo que más.
- Me estás escuchando, Ónice? - el llamado Herumir se estaba enfadando – Yo no pienso ir a ninguna parte!
- Según tengo entendido - la mujer adaptó un tono indiferente, a la vez que miró a Herumir a los ojos - 'alguien' te busca por moroso... y no parará hasta tener bien tu dinero, bien tu cabeza en un tarro. Qué opinas tú al respecto, Heru? - el hombre se puso rojo, pero no contestó - Y a ti, Forsvik... – sonrió sarcástica – a ti no necesito convencerte, verdad?
- Bromeas? Mataría por ver un criadero de dragón por dentro! - era el único que mostraba entusiasmo. Herumir le fulminó con la mirada.
- Hecho entonces. Mañana al alba os espero a todos frente a la posada. Nos darán el primer pago, doscientas de oro, y tendréis todo el día para gastarlos. A la caída del sol nos veremos en el muelle. Alquilaremos unos grifos y volaremos hacia Searing Gorge. Si tenéis problemas para reclutar al resto hablad con Ghormenghast, seguro que él sabe de alguien que esté dispuesto a acompañarnos.
La mujer se levantó de la mesa y salió de la taberna, dejando a los dos hombres inmersos en una acalorada conversación sobre si habría o no perdido la razón.
El día siguiente se le hizo muy largo a la elfa. Sus compañeros no la habían defraudado, y al alba se encontró en la puerta de la posada con un grupo de cuatro humanos, dos enanos llenos de cicatrices, y un gnomo borracho - el propio Ghormenghast – que se les había unido afirmando que sin él no durarían vivos ni medio minuto. No intercambiaron muchas palabras, y tras recibir el pago del goblin, cada uno se fue a tratar sus propios asuntos hasta el ocaso. Tras la comida, ella optó por pasear un rato por los muelles.
Este podía ser su último trabajo como mercenaria, se dijo. Hasta ahora, vendiendo sus servicios apenas sí conseguía dinero suficiente para comer cada día, pero después de esto tendría lo suficiente para...
"Para qué. ¿para encontrarle?". Llevaba sin pensar en él bastante tiempo. Si bien se hizo mercenaria para poder terminar su viaje, ese medio se había convertido en un fin en sí mismo. Encontraba un placer inmenso en descargar su dolor sobre un puñado de desconocidos. Era como un sedante. Hacer daño a los demás parecía hacer disminuir su sufrimiento. Y sobre todo, el tener que preocuparse por mantenerse viva hacía que tuviera muy poco tiempo para pensar. Pero ahora, caminando entre los barcos atracados en el muelle, con el sol de la tarde brillando cada vez más tenue, empezó a hacerlo. Y no le gustó en absoluto lo que pensó.
- Hace una bonita tarde para pasear, verdad, hermana?
La elfa se giró, asustada, y vio a un elfo, vestido con la túnica de sacerdote de Elune, mirándola.
- Perdona. Te he asustado?
- No. Solo... Estaba pensando en mis cosas. No te he oído acercarte.
- Bien - se acercó a ella. Era alto hasta para ser un elfo, con el atlético cuerpo de los de su raza bien desarrollado, y un hermoso rostro en el que se podía ver bondad fuera cual fuese su estado de ánimo - No te encuentras bien?
- No. Es decir, sí. Es decir... - sacudió la cabeza - Me encuentro bien, gracias.
- No lo creo
- Cómo dices?
- Te he encontrado por el rastro de sangre que vas dejando al caminar - la mujer se miró las manos y luego el suelo, desconcertada - Tu alma está gravemente herida.
“Ah, el alma. Ya me había olvidado de cuánto nos gusta a los elfos eso del rollo místico...”.
- Eres la primera sacerdotisa de Elune que conozco que se hace mercenaria. No somos de naturaleza violenta. No desearías dejarlo?
- Amrod, por favor, no sigas por ahí. Además, no lo hago por gusto. Solo estoy consiguiendo dinero para poder seguir viajando.
- Y cuando tengas el dinero para seguir caminando, a donde te llevarán tus pasos?
La mujer le miró a los ojos. Unos hermosos ojos para un hermoso rostro. Ya le había ofrecido antes pagarle el viaje de retorno a Darnassus, con él, para volver al Templo y "ser" sacerdotisa.
- Muchos hermanos desaparecen del templo y vuelven al cabo, y ni se les aplica castigo alguno ni se les hace preguntas. Podrías volver y comenzar de nuevo, desde cero.
Pero su alma no podía volver a empezar. Estaba demasiado herida como para poder olvidar sin más.
- No voy a volver a Kalimdor. Sabes que no puedo.
- Qué te lo impide?
- Yo me lo impido. Puede que vosotros me perdonéis, pero no es vuestro perdón lo que busco.
Los dos callaron. Ella le miraba a él, y él miraba el mar. Así permanecieron un par de minutos.
- No deberías seguir con esto.
- Ya me lo dijiste una vez.
- Antes lo único que tenía eran mis palabras para convencerte. Ahora que se cumplieron mis augurios, acaso no piensas cambiar de idea?
Los ojos de la elfa se llenaron de lágrimas. Recordó a ese mismo Amrod hablándole a una enamoradiza adolescente. "Los humanos no entienden el amor como nosotros, Ónice. Ese hombre no te traerá más que sufrimiento"
Y había estado en lo cierto. O acaso no la había cambiado por otra a la mínima de cambio? Por alguien que sí entendiera el amor como él, por una humana?
- Llevo demasiado tiempo buscando - dijo, apretando los párpados para impedir que se le escaparan las lágrimas - Si no fuera capaz de terminarlo, todo esto no habría servido de nada. Todos estos años no habrían tenido ningún sentido.
- Pero el futuro podría compensarte por tanto dolor.
- El futuro ya no puede darme nada.
Amrod tenía razón, pensó la elfa. Siempre la había tenido: Cuando le guardó el secreto de su amistad con el humano, y se las arregló para que aquel caballero enviado a Darnassus tuviera que quedarse indefinidamente en la ciudad. Cuando le advirtió sobre trabar amistad con su joven escudero. Cuando dejó que llorara en su hombro tras la partida de caballero y escudero. Cuando facilitó la correspondencia entre ella y el humano. Cuando encubrió su huída para buscarle...
Y ahora, años después, tras un encuentro que Amrod aseguraba ser casual, pero que ella dudaba mucho que lo fuera, volvía a tener razón.
- Nunca te he hecho caso, Amrod. Y a estas alturas no voy a cambiar - Sonrió con tristeza. Él le devolvió la sonrisa.
- Ten presente que siempre puedes volver. Entregarte a la Diosa puede curar todas tus heridas.
- No lo dudo.
El siguiente silencio duró mucho más que el primero. Al fin, con la voz rota por el dolor, la elfa habló.
- Solo necesito verle. Saber que está bien. Que esa mujer que le acompaña le hace feliz...
- Y también esperas que al verte se de cuenta de que jamás ha amado a nadie más que a ti, y vuelva corriendo a tus brazos.
Ella le miró con algo parecido a la indignación en sus ojos.
- No tienes ni idea de lo que quiero, Amrod. Y de todos modos, dista bastante de lo que espero encontrar.
Él no dijo nada. La miró en silencio, sintiendo no poder hacer nada para aplacar su dolor.
- Tengo que hacerlo, Amrod. Compréndeme, por favor. Y perdóname.
El elfo se acercó a ella, puso las manos sobre sus hombros, y le dio un beso en la frente.
- Te comprendo mejor de lo que tú llegarás a comprenderte nunca. Y si bien no hay nada que perdonar, tienes mi perdón. Que Elune guíe tus pasos, hermana, y te lleve por fin al lugar donde puedas descansar y sanar de tus heridas.
La elfa se quedó quieta, viendo en silencio como Amrod se separaba de ella y se alejaba por el muelle hasta perderle de vista. Sentía aquel dolor en su pecho con tal fuerza, que solo respirar ya era una tortura. Así, parada en mitad de las tablas del embarcadero, mirando al vacío, luchando contra el dolor, permaneció un largo rato. No hizo ningún movimiento, pero en algún momento le debieron fallar las piernas, porque de pronto se vio de rodillas sobre los tablones del embarcadero. Allí se quedó quieta, ignorada por los transeuntes e ignorándolos de igual manera, hasta que el sol comenzó a descender por el horizonte.

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